sábado, 22 de febrero de 2014

Antonio Machado -‘Estos días azules y este sol de la infancia’.

Estos días azules y este sol de la infancia
son languidez y añoranza en mis ojos,
ahora los días se enturbian
en mi memoria cansada.
Estos días azules y este sol de la infancia
ya son “ésos” que sólo permanecen vivos
como ecos en mi permanente recuerdo.
Hoy, mi torpe pulso quiere escribir al pasado
y acercarlo al presente
para empaparme de colores vivos,
del sol brillante, juguetón, amoroso,
que maquilla de rojo pasión el horizonte
e incendia las vedijas.
Ese sol de la infancia,
el que llenaba los patios blancos de Sevilla,
fue el mismo que el de mi juventud,
que amarilleaba las espigas maduras,
más si cabe, y las doraba.
Antes las irguió, cuando verdes,
como lanzas hacia el cielo, altivas,
manifestándose sólo en posición reverente
cuando eran mecidas por el céfiro indolente.
Y es que el sol de mi infancia
no se fatiga nunca:
es el mismo que sigue dando brillo
a los lingotes de oro de paja
en los vastos campos de Castilla.
¡Ay sol y Duero!, ¡Duero y sol de mis amores!
¡Cómo los rayos pintan de color tus aguas
formando tornasoles en la superficie,
grácil, suave y ondulada.
Tus aguas parecían melena suelta de doncella
de pelo ondulado e irisado,
o el plumaje del cuello de torcaces y arrendajos.
Hermosura plena.
Hermosura nacarada en la piel del agua
que mece tu corriente serena.

Hoy mi vista cansada recorre en la memoria los senderos,
las curvas de ballesta del Duero,
los pájaros canoros en tus orillas,
orquesta de violines, flautas y liras,
que saltan de retamas y majuelos
salpicando el rostro del firmamento
pífanos que acompañan tu rumor casi silencioso.
Pero a mi memoria no sólo llega el Duero,
recuerdo las calles de Soria, los balcones de flores,
los trinos de las oscuras golondrinas,
quizás venidas del sur, las de Bécquer,
los campos salpicados de amapolas,
repletas de sangre sus corolas,
el zureo de palomas, los maullidos de gatos en celo,
el zumbido de las moscas, inevitables golosas,…
Y es que todo …todo bulle en mi efervescente recuerdo.
¡Todo lo de mi Soria querida!
Esos días azules me acercan
a mi primer amor: mi dulce y joven Leonor.
Mujer que me hiciste ver
todavía más azules, los días azules.

y los verdes, más verdes,

cuando los montes explosionaban
en primaveras de soles.
Juntos, vadeábamos caminos
para ver madrugar en los pinares la mañana,
en la Soria fría. Y tú, sol de mi infancia,
besabas de sus agujas el rocío
que eran perlas que ornamentaban su atavío.
También me enseñaste a descubrir colores,
que brillaban más con el sol juguetón de mi infancia
unido con tu sol de amor. ¡Soles de ingenuidad
y de deseos encendidos!

Y en una de las primaveras
con la savia y nuestra sangre alterada,
emergimos del túnel de la hibernada,
bullendo frenéticamente al compás de la savia.
Nuestro amor surgió arrebatador,
por generación espontánea,
en uno de los anaqueles
de la estación más florida,
como lo más sutil, exquisito
y puro de la quintaesencia.
Iluminado por ese mi cielo azul
que también era tu cielo
y por ese sol de mi infancia
que querías atrapar entre tus dedos.
¡Alquimia de días azules, de sol de la infancia,
de pétalos, corolas y hojas!
La magia nos ayudó a cruzar el umbral de una esperanza:
que el sino nos uniera
para calmar el ardor de muchas primaveras.
Pero no fueron muchas, y, prematuramente,
la crueldad del tiempo te arrastró,
¡mi querida Leonor!, a la tierra de Dios sin patria.

Hoy me envuelven aquí los recuerdos,
y sobre esta hoja en blanco los escribo
desde Colliure, pequeña población marítima
de intacta calma en el Rosellón francés.
A veces, el mediterráneo, me devuelve
los días cerúleos y el sol de mi inocencia.
Pero hoy, justamente hoy,
sus rugidos enfadados
no son como el rumor del Duero.
Sé que pronto me arrastrarán sus aguas
a ese confín donde se perderán
los días azules y el sol de mi infancia.





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